Mayu: Los Incas y los astros
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Quienes alguna vez hemos tenido la oportunidad de viajar lejos de las grandes ciudades, la oportunidad de escapar de la contaminación sonora y lumínica de las urbes, podemos dar fe de lo espectacular que es apreciar un cielo estrellado; descansar en el silencio de la naturaleza y observar el infinito espacio exterior.
Las distintas culturas ancestrales que habitaron el planeta siempre tuvieron la fijación de mirar hacia arriba, la fascinación de contemplar los astros y tratar de encontrar algún significado, alguna explicación, alguna conexión entre sus movimientos lejanos y la vida en la tierra.
Podemos hablar de la que quizá fue la civilización con mayor dominio de los astros, la civilización del Antiguo Egipto. Los egipcios fueron los primeros en desarrollar con precisión la relación entre los astros y el tiempo, creando el primer calendario solar de la historia. Los sacerdotes egipcios, dedicados la observación de los fenómenos celestiales, notaron los movimientos y apariciones de ciertos astros de manera cíclica, establecieron una unidad de medida del tiempo, que hoy conocemos como “hora”, para otorgarle 12 horas al día y 12 horas a la noche, 10 días a la semana, 30 días al mes, 12 meses al año (divididos en 3 estaciones de 4 meses), 365 días al año (36 semanas de 10 días y 5 días adicionales otorgados para la celebración del nacimiento de sus dioses). Los egipcios establecieron el “Calendario Cívico Egipcio” del cual nacería el Calendario Juliano y luego el Calendario Gregoriano, el que usamos hasta el día de hoy.
Observar el cielo les permitió a los egipcios el poder de controlar el tiempo, proyectar estaciones y aprovechar estos conocimientos temporales para la agricultura, que sería la base del desarrollo de toda civilización.
En el hemisferio sur el contexto no fue muy distinto, las culturas ancestrales que habitaron el antiguo Perú también utilizaron la observación de los astros para el progreso de su desarrollo. El imperio Inca absorbió todos estos conocimientos al conquistar las distintas culturas que habitaban el territorio, al unificar el imperio; aplicando esta sabiduría en la bases de su civilización.
El Profesor Gary Urton propuso mediante su estudio que los incas reconocían en el cielo dos tipos de constelaciones, a las cuales él nombra como de tipo: 1) Estrella contra Estrella y 2) Tipo Negro. Las constelaciones de tipo “Estrella contra Estrella” son aquellas constelaciones que solemos reconocer uniendo con líneas imaginarias las distancias entre las estrellas, formando figuras como cruces o cuadriláteros; este tipo de constelaciones solían ser reconocidas con formas de objetos inanimados. Las constelaciones de “Tipo Negro”, por el contrario, son aquellas figuras que destacan como nubes negras sobre las partes de mayor densidad estelar de la Vía Láctea; este tipo de constelaciones solían ser reconocidas con formas de animales o plantas.
El Dr. Urton también cuenta la percepción que podrían haber tenido los incas de la Vía Láctea, a la cual se le llama “Mayu”, que en quechua significa río. Es interesante concebir la Vía Láctea como un gran río de estrellas que atraviesa, con su imponente curvatura, la oscuridad de la noche. La similitud entre nuestra galaxia y un río andino es muy grande, teniendo en cuenta las cuencas, afluentes y formas, no es de extrañar la comparación, mucho menos la concepción de un “río celeste” que atraviesa nuestro cielo, como los tantos otros que hay en el universo.
La civilización Inca, al igual que otras civilizaciones, dejó vestigios de haber utilizado la observación astronómica para fundar las bases de sus centros poblados, templos o construcciones. Podemos recordar el estudio de Tom Zuidema sobre la construcción de Cusco con el sistema de “Ceques”. Los ceques eran líneas imaginarias que partían desde un centro en común y se extendían hacia el horizonte, conectando con distintos puntos sagrados a lo largo; podemos proponer la forma de un asterisco “*” para visualizar esta organización, donde variadas líneas parten de un solo centro.
En el caso del Cusco el centro era el “Templo del Sol” o “Coricancha”, desde donde partían más de 40 ceques que atravesaban el territorio Inca, uniendo el Templo del Sol con otros templos, huacas o construcciones de importancia. A partir de estos ceques es que se divide el territorio inca en cuatro partes: Chinchaysu, Antisuyu, Collasuyu y Contisuyu. Estos 4 puntos se podrían relacionar con los puntos cardinales que manejamos hasta el día de hoy, guardando un poco las distancias, siendo así: Chinchaysu = oeste; Antisuyu = Norte; Collasuyu = este; y Contisuyu = sur.
Los ceques y la ubicación del Templo del Sol corresponden a estrellas o constelaciones de importancia para los incas en el Mayu o Vía Láctea. Este complejo sistema de organización se puede comparar también con la forma que tenían los misteriosos “Quipus”, instrumentos textiles cuya finalidad inca aún no ha sido comprobada, aunque se le suele relacionar con un instrumento que ayudaba a la nemotecnia.
En cuanto a la utilización del los astros para el control del tiempo, los incas pudieron haber utilizado tanto un calendario lunar, como un calendario solar, aunque no se tiene información que pruebe la predominancia de uno o de otro. La utilización de dos calendarios está presente en otras culturas americanas, como la Maya o la Azteca.
Elena Ortíz, de la Universidad de Alcalá de Henares recopila información de los cronistas españoles de inicios de la colonia sobre la medición del movimiento solar que utilizaban los incas para determinar el inicio o fin de las estaciones. En estas crónicas se habla de pilares o torres de piedra que eran colocadas en los cerros, unas por donde salía el sol y otras por donde se ocultaba; estos pilares no tienen un nombre definido, pues aparecen bajo los nombres de “Sucancas” y “Saybas”. Aunque los cronistas no revelan la ubicación de estas torres, ni coinciden en el número de torres o el método de utilización de estas, es interesante tener en cuenta que pudieron haber existido. Estos podrían haber sido instrumentos astronómicos para contabilizar los días, diferenciar temporadas o definir la llegada de días festivos, como los solsticios o equinoccios. En las crónicas se menciona la presencia de estos pilares en templos y plazas importantes, presentando al pilar de mayor veneración en Quito, Ecuador. Actualmente no se ha encontrando ninguna prueba de la existencia arqueológica de los mismos, posiblemente fueron destruidos por los españoles evangelizadores, pues estos pilares se consideraban elementos de adoración pagana. Garcilaso De La Vega asegura haber visto los pilares con sus propios ojos, cuatros torres por donde amanecía el sol y cuatro torres por donde se ocultaba; siendo estos instrumentos, según él, para medir la llegada de los solsticios.
Recordemos que se dan dos solsticios al año, estos son los días en los que el sol alcanza su mayor o menor altura en el cielo, dependiendo de la temporada; siendo las duraciones del día y la noche las más largas en todo el año. Los equinoccios también se presentan dos veces al año, en estos días el sol se ubica en el cenit, es decir exactamente sobre nosotros (para los que vivimos cerca al territorio ecuatorial); siendo la duración del día y de la noche similares.
Los incas tenían conocimiento de estos fenómenos, sabían la importancia de los mismos, ya que los solsticios y equinoccios significan el cambio de estación, dato importante para la agricultura. Por esta misma razón, celebraban ciertas festividades en estos días, una de las más importantes, que se sigue celebrando hasta el día de hoy, es el Inti Raymi, la fiesta del sol (en quechua: Inti = Sol, Raymi = Fiesta), que se da luego del solsticio de invierno (este 2018 se realizó el 24 de Junio).
La cosmovisión Inca según el cronista indígena peruano Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamayhua. Podemos apreciar los diversos astros aquí presentes, como el sol, la luna y las estrellas; así como también el fenómeno metereológico del arcoíris. Esta réplica se encuentra en el altar mayor del Templo del Sol o Coricancha, en Cusco.
Debido a la importancia del sol para el desarrollo de la vida, este fue considerado una gran deidad en las culturas ancestrales que precedieron a los incas. Ya con la formación del imperio Inca, el sol se estableció como el dios supremo, cuyo hijo (el inca) sería destinado a gobernar. El sol era representado con un gran disco de oro, algunos cronistas cuentan que en el Templo del Sol se encontraba la representación del Inti más grande de todas, de oro macizo y reluciente, a la que llamaban “Punchao”; hoy no existen rastros de este monumento.
De igual forma, la luna también era considerada sagrada, llamada en quechua como “Mama Quilla”, era la diosa de carácter femenino equivalente al sol. Esta era representada con discos de plata relucientes y labrados. En la actualidad no quedan muchos restos de las representaciones del dios sol y la diosa luna inca, ya que con la llegada de los españoles la mayoría de elementos de adoración, trabajados en metales preciosos, eran fundidos en bloques que facilitaban su transporte a España.
Es así que podemos connotar cómo la observación de los astros significó el desarrollo de las grandes civilizaciones. Los grandes gobernantes Mayas, Aztecas o Incas eran conscientes de lo importante que era dominar el tiempo, sobretodo para la agricultura, la base de sus imperios. Conocer cuándo era tiempo de sembrar y cosechar les daba a estos gobernantes poderes casi supernaturales, a los ojos de sus súbitos. Podríamos decir que ellos sabían cómo convertir conocimientos astronómicos en poderes religiosos que les proporcionaban superioridad sobre la ignorancia de los que no podían acceder a esta información.
Han pasado miles de años desde que los sacerdotes egipcios observaban las estrellas sobre las pirámides; cientos de años desde que los observadores mayas vigilaban el firmamento desde Chichén Itzá; o desde que los astrónomos incas observaban en el Templo del Sol al Mayu, el río estelar que es nuestra galaxia. Hoy uno puede salir a caminar en el Valle Sagrado del Urubamba, alzar la mirada y sentir que el tiempo no ha pasado, que esa misma luna que hoy vemos la han visto Faraones egipcios, los Halach Uinik mayas, los Incas, los emperadores, todos.
En tu próxima visita a Perú, procura darte un tiempo en la noche para apreciar el cielo, ya sea desde Puno, Cusco, Arequipa, Puerto Maldonado, Kuelap o Huaraz; disfruta de esa gran atracción que muchos dejan pasar por no alzar la mirada.
Espero que este texto te haya sido de ayuda para conocer un poco más del pasado histórico del antiguo Perú, si tienes alguna duda o comentario, puedes escribirnos por mensaje a nuestro Facebook. ¡Hasta la próxima!